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revisitando la nostalgia en Play Again?


Hubo un tiempo, en la infancia de toda una generación, en que una ficha de metal corrugada no solo era un pasaporte a la felicidad, sino también un atisbo de libertad. Bastaba doblar la esquina y adentrarse en el fondo de un negocio de barrio para encontrar las viejas máquinas de arcade. Paraíso impregnado a olor a sobaco preadolescente, humo de cigarro barato y la metálica fragancia de las antiguas monedas de 100 pesos.

Por Igor Mora

Allí surgieron los primeros amigos, las primeras comunidades, las primeras victorias y el inicio de las derrotas. A ese viaje al pasado nos invita Daniel Hidalgo en su reciente libro Play Again? Nostalgia y videojuegos, tercera publicación de la editorial Santiago Ander.

Una publicación en formato “gameboy”, pues cabe en la palma de la mano, y que nos entrega una bitácora de aquellos videojuegos que forjaron la infancia y juventud del autor, donde la única premisa para la selección fue “pensar en aquellos que jugué con pasión de niño”.

Y el anuncio se cumple, pues la selección es tan aleatoria como las vivencias y recuerdos que puede despertar un sonido, un pantallazo, el sonido del choque de las monedas al caer dentro del arcade o simplemente leer las palabras “game over”.

Pero Hidalgo va más allá de la evocación nostálgica y nos propone una segunda lectura. Así como Jean Valjean lucha en Los Miserables por redimirse del estigma de su pasado, o como Deckard en Blade Runner se enfrenta a la difusa frontera entre lo humano y lo artificial, Hidalgo nos invita a reconocer esa dimensión existencialista en Bomberman, por ejemplo. En este clásico arcade, un robot forzado a fabricar explosivos en una fábrica subterránea anhela escapar para convertirse en humano; “la humanidad, para él, es sinónimo de libertad”.

De este modo, la propuesta de Hidalgo no se limita a recordar, sino a reanalizar. Juegos que parecían viejos pasatiempos se transforman en claves para reflexionar sobre la libertad, la memoria y el paso del tiempo. Así ocurre, por ejemplo, en el capítulo dedicado a Tetris. Nacido en la Rusia soviética y vigente hasta hoy, el juego es descrito con aguda precisión: “a diferencia de otros que proponen destruir, Tetris invita a construir, a dar orden y estructura al caos que nos amenaza”.

Ese “orden” en la selección de Hidalgo termina configurando un collage que no solo repasa los grandes clásicos, sino también títulos más discretos que permanecieron grabados en la retina de los jugadores. Es el caso de Another World (1991, Delphine Software), eclipsado en su época por gigantes como Street Fighter II o Mortal Kombat, pero que, según el autor, fue “la primera prueba concreta de que el videojuego puede brindar una experiencia estética cercana a la del cine”.

En definitiva, Play Again? no se limita a un inventario nostálgico. Más allá de los gráficos pixelados y las melodías electrónicas, este libro nos recuerda que los videojuegos fueron —y son— un fenómeno cultural que marcó generaciones. Una herencia que hoy revive, ya sea en las ventas de máquinas arcade o en los múltiples emuladores, y que Hidalgo rescata con lucidez y afecto: no solo como entretenimiento, sino como un territorio de memorias compartidas.

Por Igor Mora

Revista La Lengua



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