Un tiroteo en la Escuela Católica Anunciación de Minneapolis dejó un saldo trágico de dos menores fallecidos y 17 personas heridas, de las cuales 14 eran niños. Este incidente, ocurrido el pasado miércoles 27 de agosto, ha generado un profundo impacto emocional en los sobrevivientes, quienes ahora enfrentan un complejo proceso de recuperación psicológica. La escuela, que alberga a aproximadamente 390 estudiantes desde preescolar hasta octavo grado, se suma a la alarmante cifra de más de 397,000 niños expuestos a la violencia armada en centros educativos de Estados Unidos desde el ataque de Columbine en 1999, según datos recopilados por The Washington Post.
Durante una misa que marcaba el inicio del ciclo escolar en la Iglesia Anunciación, un individuo abrió fuego a través de las ventanas del recinto. Muchos estudiantes se refugiaron debajo de los bancos hasta que el peligro pasó. La tragedia ha reactivado recuerdos en comunidades que han atravesado eventos similares. Natalie Barden, cuya hermana menor fue asesinada en la escuela Sandy Hook, compartió una carta dirigida a los sobrevivientes, en la que expresó: “Ahora eres parte de este pequeño club; la triste realidad ya no es tan pequeña”, según lo difundido por The New York Times.
Las secuelas psicológicas de este tiroteo son profundas y la reacción inmediata fue el traslado de los heridos a hospitales, donde se produjeron reencuentros emotivos con sus padres, ampliamente cubiertos por los medios. Sin embargo, para expertos como Robin Gurwitch, psicóloga clínica especializada en niños, las secuelas persisten mucho después de que las cámaras se apagan. Gurwitch explicó que las preguntas recurrentes que suelen surgir son: “¿por qué ellos y no yo? ¿por qué yo y no ellos?”. Además, añadió: “Cuando ocurre en un espacio que se percibe seguro, como una iglesia, el impacto es todavía más difícil de procesar”.
La angustia y el dolor marcan a los alumnos que sobrevivieron. La senadora Amy Klobuchar, representante de Minnesota, relató el caso de una niña que presenció cómo un compañero era alcanzado por una bala en el abdomen y otro en el cuello. Norris Roberts, padrastro de uno de los heridos, narró la odisea de su nieto, Endre Gunter, quien pasó por una cirugía y salió en estado crítico, pero que ahora enfrenta un futuro incierto tras haber presenciado la muerte de un niño.
Los efectos a largo plazo de estos eventos pueden ser devastadores, advierten los especialistas, y pueden durar años. Estudios de la Stanford University y otras investigaciones han detectado que entre los sobrevivientes se observa un aumento en el ausentismo escolar y un rendimiento académico disminuido, lo que a largo plazo puede traducirse en ingresos económicos bajos en la adultez. La profesora asociada Maya Rossin-Slater señaló que el consumo de antidepresivos en los barrios afectados por tiroteos ha incrementado en un periodo de cinco años, lo que indica cómo la vida cotidiana se transforma para quienes han vivido estos episodios.
Exalumnos de escuelas que han sido marcadas por tiroteos describen la aparición de ataques de pánico, dolores de cabeza intensos y la necesidad de diseñar mentalmente rutas de escape en cualquier lugar público. El entorno familiar y educativo desempeña un papel fundamental en el proceso de sanación. La doctora Gurwitch recomendó a los padres que hablen de forma abierta con sus hijos cuando se produce un evento de este tipo, asumiendo que ellos pueden no entender lo ocurrido. “Pensar que no se van a enterar es una esperanza poco realista”, aseguró la especialista en una entrevista con un diario neoyorquino. La académica sugirió que se planteen preguntas sobre lo que saben y sienten, validando sus emociones y explicando las medidas de seguridad que se están adoptando. “No podemos decir ‘te puedo prometer que esto no va a suceder en tu escuela’, pero sí podemos aclarar: ‘hacemos todo lo posible para protegerte’”, concluyó Gurwitch.
